
Conocí a Lesia y a Luisa en Nueva York, a finales de los noventa. Lesia trabajaba en el Financial Times, Luisa en A3 TV y yo, en Expansión. No se conocen entre ellas –aunque es bastante posible que coincidieran en alguna fiesta en mi casa de Manhattan–, pero hoy tienen algo en común más allá de ser mis amigas y de haber dejado el periodismo activo: las dos han escrito novelas muy, muy valientes.
Tuve la ocasión de leer el primer manuscrito de la de Lesia hace ya unos cuantos años. Yo también empezaba a adentrarme en el mundo de la narrativa de ficción y me atreví a darle un consejo: que eliminase todo aquel texto que no estuviese al servicio de la historia y ralentizase el ritmo de lectura. Cinco años después, leo la novela ya publicada –Forty One, Editorial Matador– y veo con satisfacción que no me hizo ni caso. Con satisfacción, sí, porque demuestra hasta qué punto ha sido fiel a sí misma. Su intención no ha sido escribir una novela que siguiese las pautas de los best sellers de hoy en día –mucho diálogo, mucho sexo y mucho ritmo–, aunque contenga muchos de estos elementos, si no un libro con mayúsculas. Una novela que no sólo cuenta una historia entretenida, sino que va más allá y se adentra en profundidades morales y filosóficas a través de las vivencias y reflexiones de la protagonista. Lesia siempre lo tuvo claro. No buscaba construir una lectura fácil. El resultado ha sido lo que ella misma califica de experimento, en el que la voz de la autora y la de la protagonista llegan a confundirse, en el que la belleza del lenguaje y los dobles sentidos están siempre presentes. Una novela que aspira a trascender.
Luisa eligió su último gran acto como corresponsal en Estados Unidos, el huracán Catriona que devastó Nueva Orleans hace diez años, para contar una parte de su propia historia, posiblemente la más difícil. Y lo ha hecho con maestría. En El sueño y despertar americano, consigue que el lector disfrute con las andanzas de los periodistas que cubren el evento, dando en el clavo con sus miserias, preocupaciones e histrionismos, a la vez que narra un episodio dramático de nuestra historia reciente con su justa dosis de melodrama. A través de un inteligente uso de la técnica del flashback (se nota la casta televisiva de la autora), la protagonista vuelve constantemente a la realidad que dejó en su casa neoyorquina. Hasta darse cuenta de lo poco que le llena su vida real. Un libro duro, sí, pero lleno de ternura, en el que la acción y la emoción arrastran por igual.
Lesia cuenta la historia de Eva, un ama de casa que ha atravesado la barrera de los 40 y se encuentra sola criando a sus hijos en el Londres suburbano de clase media alta mientras su marido hace carrera en el extranjero. Y describe una crisis de mediana edad de libro. A menudo uno quiere estrangular a Eva, pero otras muchas se siente plenamente identificado con sus dudas, su sentimiento de culpa, su rebeldía.
Luisa narra la vida de Bárbara, treintañera casada con un bróker de Wall Street obsesionado con tener hijos que la empuja a todo tipo de tratamientos de fertilidad hasta casi anular su identidad. Su angustia primero y su despertar después atrapan al lector desde el minuto uno. Al fin y al cabo, ¿quién no ha estado a punto de ahogarse en los deseos de otro alguna vez?
Para las dos ha sido una experiencia catártica, como suele serlo la primera novela. Y ambas están disfrutando ahora de las impresiones y críticas de sus lectores. Yo me declaro fan incondicional de las dos y recomiendo sus libros. Ya no sólo por su valentía en un mundo tan lleno de seguidismo y mediocridad –que también–, sino porque, cada una en su estilo, ha sido capaz de eso tan difícil que es resultar original y auténtico. Las dos novelas respiran verdad por cada poro y los que escribimos sabemos lo difícil que es conseguirlo. ¡Enhorabuena, amigas!
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