
Ya lo he puesto. Con miedo, con ansiedad. Fin. Después de tantos meses, he acabado. ¿O no?
¿Qué significa acabar una novela? Confieso que no es la primera vez que termino ésta. Ya lo hice hace ya varios meses, casi un año. Al releerla, fui consciente de varias cosas. Para empezar, de cuanto había cambiado mi protagonista a lo largo de las páginas, lo que me obligaba a volver atrás para redondearla en todas sus aristas. De lo flojas que me habían quedado algunas de las escenas fundamentales, que necesitaban con urgencia un buen remate. De la necesidad de darles más empaque a algunos de los personajes secundarios para que resultasen más completos, más reales, más creíbles.
Así que volví atrás y reescribí y reescribí y reescribí. Ahora he puesto la palabra fin y me siento satisfecha. Pero sé que volveré a releer y sentiré de nuevo la necesidad de perfeccionar, de pulir, de modificar. Es el cuento de nunca acabar.
En esta nueva revisión, mis objetivos son muy claros: hay una serie de preguntas que debo contestarme a mi misma con total sinceridad. ¿Son todas y cada una de las escenas necesarias? ¿Sirven para que la acción avance o para que se conozca mejor al protagonista? ¿O están ahí porque me gusta su sonido, su textura, su olor? ¿Hay algún elemento, por pequeño que parezca, que chirríe? ¿Repito demasiado algunas estructuras, palabras, modismos? ¿Todos los capítulos tienen un objetivo, un planteamiento, un nudo y un desenlace? ¿Hay suficiente dramatismo en las escenas clave? ¿Ha quedado bien resuelto el conflicto de mi protagonista? ¿Decepciona el final?
Con todo esto en mente, empieza una nueva revisión. Y algo más. Esta vez sí que sí. Ha llegado el momento de empezar a despedirme de mis personajes, después de tantos meses con ellos. Muy pronto, dejarán de ser míos para pasar a ser vuestros. Sólo espero que, llegado el momento, os gusten. Pero da vértigo.
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