Periodismo literario, literatura periodística… ¿un oxímoron?

Enviado el 14 abril, 2016 en Actualidad, Libros, Portada | Sin comentarios (aún)

Periodismo literario, literatura periodística… ¿un oxímoron?

–Ser periodista, ¿te ayuda a ser un buen novelista?–, me pregunta mi amigo Tomás, también periodista y con muchas ganas de lanzarse a por su primer libro.

–Sí y no. A un periodista no le da miedo un papel en blanco. Pero tiene hábitos y vicios de los que deberá desprenderse si se enfrenta al mundo de la ficción.

Me explico. Es obvio que un periodista tiene oficio. Es consciente de que hay que escribir de manera ordenada, conoce el valor de la claridad y sabe mantener el interés de su audiencia. Un reportaje trabajado, con diferentes puntos de vista y bien documentado puede ser tanto o más dramático que la mejor ficción. Ahora bien, los ingredientes ni son ni deben ser los mismos.

¿Qué es lo que nunca debe coger prestado un periodista de la técnica de un escritor? Si dejamos de lado el género de la Opinión en todas sus variantes (editoriales, tribunas, tertulias…), el Periodismo con mayúsculas debe estar basado en hechos reales y comprobables. El lenguaje debe ser conciso, claro y sobrio, alejado de la imaginería de salón. A diferencia de la ficción, no basta con que sea verosímil: tiene que ser verdad.

Sin embargo, desde que en los años sesenta autores de la talla de Truman Capote inventaran el conocido como Nuevo Periodismo, en el que tenía cabida la imagen, el comentario subjetivo y la llamada a las emociones, las libertades que nos hemos tomado los periodistas han ido en aumento. Hasta llegar a situaciones tan esperpénticas como las de inventar personajes para reforzar la emoción de una noticia o reportaje. La realidad es la realidad y no hay que novelizarla. Un guionista o un novelista deciden sobre sus personajes y su destino porque ellos los han creado. Un periodista sólo puede permitirse el lujo de narrar aquello que le han contado y él ha comprobado. Y si el personaje entrevistado no da juego, pues no lo da. Punto.

Eso no quiere decir que un texto periodístico haya de estar desprovisto de emoción. Al contrario. Pero las armas que debe utilizar el periodista son distintas a las del escritor. Si el autor de ficción puede jugar con las palabras, con las emociones de los personajes, con la ambientación, el periodista ha de usar sus dotes de entrevistador de modo que los protagonistas de la noticia le cuenten con la mayor emoción posible cómo la vivieron, sin que él ponga ni un gramo de su cosecha. Son técnicas completamente distintas que no deben mezclarse. Yo, al menos, no creo en la literatura periodística si es dentro de los medios a los que la gente se acerca para informarse.

Otra cosa son las novelas basadas en hechos reales. En una conferencia de Mario Vargas Llosa en Nueva York cuando yo estaba aún muy lejos de publicar mi primera novela, le pregunté si se había sentido cómodo inventándose los diálogos de personajes reales en La fiesta del chivo, sobre la dictadura del dominicano Rafael Trujillo.

–Señorita, yo no pretendo hacer historia, sólo escribir novelas.

Años después, cuando yo misma me enfrenté al reto de escribir una novela sobre mis antepasados –Los otros Franco– y a evocar la mayor parte de los diálogos, lo entendí perfectamente. Pero el formato lo permite y el lector se enfrasca en la lectura sabiendo de antemano que ha comprado una novela. Obviamente, esto no le ocurre con un periódico.

¿Qué es lo que nunca debe coger prestado un escritor de la técnica de un periodista? Para empezar, ese afán por contarlo todo, hasta el más mínimo detalle. Un autor de ficción da por hecho que su lector tiene la suficiente imaginación como para entender incluso aquello que no se le cuenta. Así que la espolea y juega con ella, permitiendo que el lector saque sus propias conclusiones, a menudo muy distintas a las que se planteaba el propio autor. El escritor sabe que, en cuanto abra la novela, el lector firmará con él un acuerdo tácito por el que lo que espera leer no ha de ser verdad, pero sí verosímil.

Un buen novelista no cuenta, muestra. Palabra por palabra, va construyendo imágenes que prenden en la cabeza del lector. Un periodista le preguntaría a Romeo si está enamorado de Julieta y se lo contaría al lector tal cual. Un escritor encontraría la forma de dibujar escenas en las que el amor se vea y se toque sin necesidad de nombrarlo.

Novelar hechos reales es peligroso: como el escritor los tiene arraigados en su cabeza, puede no sentir la necesidad de llenar esos huecos que se ve obligado a cubrir cuando inventa un personaje, rompiendo a menudo ese pacto de verosimilitud. Para evitarlo, ha de tomar cada personaje –real o no– desde cero y construirlo con mimo para que quede redondo, sin fisuras. En definitiva, para llegar a ser un buen novelista el periodista tiene que desaprender mucho de lo que ha aprendido.

Hay grandes periodistas que han llegado a ser genios cuando se han dedicado a la novela: “Aprendí a escribir cuentos escribiendo crónicas y reportajes”, decía Gabriel García Márquez. “El periodismo me ayudó a escribir”. El camino contrario, de novelista a periodista, también es posible siempre y cuando no se pretenda estafar al lector cayendo en la tentación de adornar los hechos para mantener la intriga y despertar las emociones. Cada género tiene su sitio. Aunque se puedan tomar prestados elementos, lo más importante es no confundirse. Y no engañarte a ti, querido lector.

Por cierto, el Tomás del que hablo al principio de este post no existe: ha sido una licencia literaria. ¿A que no te hace ninguna gracia?

 

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