–Tía, ¿qué te parece si estudio Periodismo? Así tú me podrás ayudar a colocarme–, me dice mi sobrina de 15 años.
¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!! Lo que me pide el cuerpo es lanzarme sobre ella a cámara lenta gritando, como en una mala peli de acción. ¿Qué le digo? ¿Qué el mercado está lleno de profesionales con una vocación desbordante, una formación deslumbrante y un sueldo vergonzoso? ¿Qué mis contactos le pueden abrir la primera puerta, pero que es probable que, por muy bien que lo haga, no pase de mileurista? ¿O que siga su corazón con independencia de las perspectivas?
Reprimo mis instintos, cojo aire y le contesto.
–Aún queda mucho para eso, ya lo iremos hablando. ¿No hay otras carreras que te interesen?
Me siento como Judas. Yo, que me he sentido periodista desde los nueve años, que he disfrutado como la que más de mi profesión, que lo considero el oficio más bonito del mundo, ahora ¿reniego de ello? No. En absoluto. Pero hay que ser realistas y el sector afronta sus horas más bajas.
Después de darle muchas vueltas, decido que si mi sobrina sigue mostrando interés, no voy a disuadirla. Ahora bien, tanto ella como yo podemos empezar a hacer ya nuestros deberes por si finalmente se decide por este proceloso mundo nuestro, cada vez más complejo, cada vez más saturado, cada vez más difícil de entender.
¿Qué puede hacer ella? Lo primero, ser consciente de que ha de trabajar desde ahora mismo si quiere hacerse un hueco. ¿Cómo?
–Formación, formación, formación. Por desgracia, la carrera de Ciencias de la Comunicación no da más que un pequeño barniz, y es importante ir adquiriendo otros conocimientos. Por supuesto, de inglés. Y, por supuestísimo, capacidades digitales, datos, etcétera.
–Mucha ilusión y objetivos a largo plazo. ¿Vosotros no soñabais a los 18 con una carrera espectacular? Yo sí. Lo hacía con ser corresponsal, trabajar en el Washington Post y la BBC, ganar el Pulitzer, hacerme famosa como escritora, etcétera, etcétera. Y no me ha ido mal. Creo que tener objetivos ambiciosos te impulsa a llegar más lejos.
–Conocimiento de las propias habilidades: Por mucho que yo hubiese querido ser astrofísico, de nada me hubiese servido con mi nivel de matemáticas. Entonces, ¿cómo es posible que haya tanta gente que se matricule en Periodismo sin saber escribir? La elaboración de contenidos en diferentes formatos lo es todo en esta profesión. Y eso no te lo enseña la carrera. Hay profesiones en las que no basta con prepararse: si no se tienen algunas habilidades de base, será difícil superar la mediocridad.
–Disposición al sacrificio: En esta profesión se trabaja mucho. Durante muchos años, el esfuerzo no está compensado con el sueldo. Echas horas y horas, te olvidas a menudo de tu vida personal y te cuesta llegar a fin de mes. Hay que tener madera para soportarlo.
¿Qué puedo hacer yo?
–Contribuir a que esta profesión recupere brillo: Es responsabilidad de los que estamos trabajando, ya sea en los medios o en las empresas, pelear por no darles la razón a aquellos que en las encuestas votan Periodismo como la profesión más desprestigiada. ¿Cómo? Poniéndonos nosotros mismos el listón muy alto, sin desanimarnos ni desmotivarnos por lo que vemos a nuestro alrededor. No es imposible.
–Compartiendo las buenas prácticas: La profesión de periodista (la de dircom algo menos) es cainita y poco dada al corporativismo. Pero compartir experiencias ayuda a mejorar. Y tenemos que mejorar.
–Formar a las siguientes generaciones: Esta Abuelita Cebolleta recuerda los tiempos en que los redactores/trabajadores senior se ocupaban de enseñar a los becarios. Ahora impera el sálvese quien pueda y la transferencia de conocimientos está demodé. ¡Hagamos que vuelva!
–Hacer una labor didáctica de puertas afuera: Es sorprendente el desconocimiento que hay sobre el trabajo del periodista y del comunicador. Atendiendo a algunos, podría pensarse que los segundos vamos por las redacciones por las mañanas subastando historias que los periodistas más corruptos nos compran a cambio de suculentas mordidas. Lamentable. Quizá es que no hemos dedicado suficiente tiempo a hacernos entender.
–Mostrar las historias de éxito: Por extraño que parezca, nosotros no somos los mejores vendedores de nuestros logros, de esos trabajos tan bien hechos que lucen en el mercado pero no parecen llevar apenas esfuerzo detrás. Reivindiquémolos.
Si dentro de unos años mi sobrina ha trabajado en su empleabilidad y sigue gustándole esto, no seré yo quien la desanime. Y si yo y muchos como yo –sí, sí, te estoy mirando– hemos trabajado por mejorar el panorama que nos rodea, a lo mejor ellos, los jóvenes, tendrán la oportunidad de disfrutar y sentirse orgullosos de la profesión más bonita del mundo. Yo lo firmo. ¿Y tú?
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